La impunidad caracteriza el ejercicio del poder del régimen familiar en Saán Luis. Siempre alejado de las normas y conductas republicanas y desconociendo como una constante, los principios elementales de la moral y de la ética públicas.
Las condiciones patológicas que han instaurado a lo largo del tiempo en las instituciones de gobierno, en algunos casos se han convertido en un fenómeno cultural que podrá revertirse, luego del ejercicio continuo e ininterrumpido de gobiernos normales que tengan como Norte que el ejercicio del poder no debe ser garantía de impunidad personal, sino llevar a cabo conductas propias de personas responsables, que actúen con la seriedad que las situaciones sociales exigen y no en función de sus caprichos individuales y abstractos.
Desconocen llamamientos judiciales; modifican resoluciones para acomodar órdenes de méritos; instalan masivos comercios foráneos e ilegales en detrimento de trabajadores locales; sancionan leyes discriminatorias para trabajadores y empresarios; discontinúan políticas públicas de alto impacto social y productivo, difunden publicaciones rayanas con la ridiculez; disponen tarifazos como si no fuesen ajustes feroces a la economía provincial; perciben abultadas pensiones por tres días hábiles de permanencia en el sillón de Rivadavia; cobran retroactivos millonarios en perjuicio de los que menos tienen; hacen alarde de las fortunas mal habidas; pisotean los deseos de progreso de miles de ciudadanos; generan condiciones de insatisfacción de básicas necesidades comunitarias como la salud pública; cubren los baches sociales que ellos provocaron con dádivas de finalidad electoral y todo lo hacen bajo una supuesta consigna teñida de nacionalidad y popularidad, cuando en rigor de verdad, solo se trata de algunas de las características típicas de quienes ejercen el poder solo para congraciarse con la supuesta gloria que algún tendrán en las páginas de la historia que sus adláteres ya están escribiendo como pretendida versión única de sus eternos protagonismos públicos.
Y en ese camino se prenden grupos de mediocres con aires de sabihondos del periodismo, la cultura, el deporte, las finanzas, que permanecen arrodillados a la esperanza de la caída de las migajas de la mesa del poder. Pero algunos sienten que tienen la misma cuota de decisiones que quienes les permiten estar a su lado, sin querer ver que hay y hubo tantos como ellos, que creyeron que por estar cerca de los círculos más cerrados de las decisiones públicas, iban a permanecer para siempre y de buenas a primeras les marcaron la puerta de salida porque habían dejado de ser útiles y los reemplazos ingresaron por la misma puerta. Así pasaron cientos de funcionarios electos y designados. Así pasaron y pasan anteriores opositores ahora entregados como mansas aves que se acercan con sigilo a la fuente para saciar sus necesidades, creyendo erróneamente que allí llegaron para contribuir a la construcción de un electoral triunfo pasajero.
Periodistas y políticos que otrora se mostraban adversos al régimen provincial hoy son sus voceros, inmersos en la amnesia de una sociedad que en buena parte aceptó las dosis somnífera que le proporcionaban a cambio de una esperanza de desarrollo que jamás llegó, ni llegará.
En el ocaso del régimen nada cambiará. El razonamiento lógico es simple, hasta simplista si se quiere: si así les ha ido bien a ellos y a sus familias por varias generaciones, ¿Cuál sería el motivo para cambiar?
Para algunos, la gloria es el paraíso en el que podrán disfrutar de la visión de Dios; también es fama, reputación, majestad, esplendor…
Para otros, que son los más, la gloria del régimen de Saán Luis es mediocridad, avaricia, displicencia y deseos de atropello.
El fin de la impunidad está cerca.