Un nuevo concepto que nos infoxica, 24/7 -actividad permanente, 24 horas al día, 7 días a la semana-, ha entrado el tuétano de nuestro vocabulario en los últimos tiempos y está empezando rápidamente a definir los parámetros de la nueva frontera temporal.
Nuestros electrodomésticos, correo electrónico, buzón de voz, Pc, agendas electrónicas y teléfonos móviles; Redes sociales, nuestros mercados de valores de 24 horas, los servicios instantáneos, las 24 horas, de cajero automático y banca, los servicios de comercio electrónico e investigación que funcionan durante toda la noche, programas informativos y de entretenimiento en televisión las 24 horas, servicios de restaurante, farmacéuticos y de mantenimiento las 24 horas, todos intentando atraer nuestra atención.
Y a pesar de haber creado todo tipo de aparatos para ahorrar esfuerzo y tiempo, y actividades para cubrir las necesidades y los deseos de todos en esta nueva esfera, paradójicamente estamos empezando a tener la sensación de que tenemos menos tiempo para nosotros que cualquier otro humano de la historia. Eso se debe a que lo único que consigue la gran proliferación de servicios para ahorrar esfuerzo y tiempo es aumentar la diversidad, el ritmo y el flujo de actividad comercial y social que nos rodea. Por ejemplo, el correo electrónico resulta muy cómodo. Sólo que ahora nos encontramos con que nos pasamos la mayor parte del día respondiendo frenéticamente a los mensajes que nos enviamos unos a otros. El teléfono móvil ahorra mucho tiempo. Sólo que ahora estamos siempre potencialmente al alcance de cualquiera que desee nuestra atención. En varias ocasiones he oído por casualidad a hombres de negocios que respondían a llamadas de trabajo mientras estaban sentados en un retrete público. ¿Duda alguien de que el tiempo se está convirtiendo rápidamente en el recurso más escaso?
Hoy, nos encontramos insertos en un mundo temporal mucho más complejo e interdependiente, compuesto de redes social y de relaciones hipócritas, creadas y sostenida por esa pantalla global que todos queremos subirnos y muy pocos nos la bancamos, que son facebook, twiter, etc. Actividades humanas siempre cambiantes; un mundo en el que cada minuto disponible se convierte en una oportunidad para realizar otra conexión. La máxima de Descartes `pienso, luego existo´ ha sido sustituida por otra nueva: `Estoy conectado, luego existo´.
¿Qué ocurre cuando nuestras vidas se ven inmersas en relaciones de 24 horas que se mueven a la velocidad de la luz? Los signos que indican nuestra nueva angustia por el tiempo están en todas partes.
Las enfermedades relacionadas con el estrés están aumentando drásticamente en todo el mundo. Según los expertos, buena parte de ello es atribuible a la sobrecarga de información y al agotamiento que experimentan cada vez más personas al sentirse incapaces de soportar el ritmo, el flujo y la densidad de la actividad humana posibilitados por las nuevas tecnologías que avanzan a la velocidad del rayo.
Y todos estos hechos sociales impactan de lleno a la hora de ser un peatón, un ciclista, un chofer, un simple espectador en la calle. Ahora sumamos más riesgos a la hora de manejar un vehículo, todos conectados, conductores, ciclistas, transeúntes, todos con el smartphone en la mano, y cada vez nos estamos muriendo en nuestras calles…
Tal es el caso, que en Estados Unidos adquirió proporciones epidémicas. El 43 % de todos los adultos sufren efectos adversos para la salud debido al estrés, y se calcula que el estrés en el trabajo cuesta miles de millones de dólares a la economía estadounidense a causa del absentismo, el descenso de la productividad, la rotación de trabajadores y los costes médicos.
Según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada 10 adultos de todo el mundo sufre estrés, depresión y agotamiento. La OIT predice un aumento drástico del estrés al introducirse tecnologías incluso más rápidas y acelerarse la mundialización. Enfermedades relacionadas -como la depresión, las enfermedades coronarias, los derrames cerebrales, el cáncer y la diabetes- están aumentando con tanta rapidez que, según algunos especialistas, el estrés se puede convertir en la principal causa de baja médica de la Era de la Información.
La nueva sociedad de 24/7 y de ritmo acelerado está teniendo otras consecuencias profundas para la vida de las personas. La actividad comercial y social durante las 24 horas ha conducido a un grave descenso del número de horas dedicadas al sueño, repercutiendo a dos escenarios, sensores como en Suecia, donde si se detecta párpados caídos por efecto de sueño, el vehículo anuncia con alarmas, o en su defecto asociándolos a siniestros de tránsito, afectando directamente a que se conviertan en incidentes viales, dado que son totalmente evitables. En 1910, el adulto medio seguía durmiendo entre 9 y 10 horas diarias; ahora, el adulto medio duerme menos de siete horas diarias. Esto se traduce en 500 horas más despiertos al año. El problema es que los relojes biológicos humanos están adaptados a la rotación del planeta y a los ritmos temporales diarios, mensuales y estacionales. Estamos biológicamente diseñados para dormir cuando se pone el sol y despertar al amanecer. Una falta masiva de sueño, producida por el nuevo ritmo de vida frenético, se asocia cada vez más a enfermedades graves como la diabetes, el cáncer, los derrames cerebrales y la depresión.
En ningún sitio está teniendo la sociedad a `la velocidad de la luz´ más impacto que en la generación electrónica. A millones de niños (especialmente varones) se les diagnostica en Estados Unidos, Alteración Hiperactiva por Déficit de Atención (AHDA), y el fenómeno está comenzando a aparecer en Europa y en otras partes del mundo. Los niños afectados de AHDA se distraen fácilmente, son incapaces de centrar la atención, excesivamente impulsivos, y se frustran fácilmente.
¿Acaso es de extrañar? Si un niño crece en un ambiente rodeado por el rápido ritmo de la televisión, los videojuegos, las pc y la constante estimulación de los medios, y se acostumbra a esperar una gratificación instantánea, tiene muchas posibilidades de que su desarrollo neuronal le condicione a un lapso de atención corto. Si aumentamos el ritmo, nos arriesgamos a aumentar la impaciencia de una generación.
Los conservadores sociales, a su vez, hablan del descenso del civismo, y dentro de ello está el deber y obligación de cumplir las normas, normas de tránsito por ejemplo, y todo esto, se lo achacan a la pérdida de una brújula moral y de los valores religiosos.
¿Se ha molestado alguien en preguntar si la cultura de la hipervelocidad nos está haciendo a todos más impacientes y menos dispuestos a escuchar y aplazar, a considerar y reflexionar? Ya están comenzando a aparecer nuevos patrones de comportamiento antisocial relacionado con el estrés, y con implicaciones alarmantes. `Furia en el trabajo´, `furia en la carretera´ y `furia en el aire´ se han convertido en parte del léxico popular conforme más y más gente manifiesta su estrés con brotes de violencia en el trabajo, en el auto o incluso en los aviones. En la cultura del clic, clic, no debería sorprendernos el que todos nos inclinemos cada vez más hacia una respuesta violenta.
Quizá debamos preguntarnos qué tipo de `conexiones´ cuentan realmente y qué tipo de `accesos´ importan verdaderamente en la era de la economía electrónica. Si esta nueva revolución tecnológica es sólo cuestión de velocidad e hipereficiencia, podríamos perder algo incluso más precioso que el tiempo: nuestro sentido de lo que significa ser un ser humano bondadoso.
Hasta ahora sólo nos hemos planteado la cuestión de cómo integrar mejor nuestra vida en la nueva revolución tecnológica. Ahora debemos plantearnos una pregunta más profunda: ¿Cómo podemos crear una visión social que convierta a estas tecnologías invisibles, tal como de `velocidad de la luz´ en un poderoso complemento de nuestra vida, sin permitirles que se apoderen de ella?